viernes, 22 de diciembre de 2006

Me llamó la atención una pequeña noticia que publicó el diario El Pais el pasado Domingo 17 de Diciembre en la que se explicaba que la ópera de Mozart Don Giovanni se estrenó en el nuevo y flamante Palau de las Arts de Valencia, diseñado por el arquitecto admirado Santiago Calatrava, pero que debido a un problema con el sistema hidraulico del teatro no se pudo colocar ningún tipo de escenario. Así que los espectadores se tuvieron que conformar con contemplar la ópera sin ningún tipo de decoración, simplemente los cantantes pelaos y mondaos, aunque eso sí, tenían la opción de que se les devolvieran las entradas, aunque al parecer muchos no optaron por ésto último.

Como es lógico todo esto está siendo tremendamente criticado porque pone de relieve bastantes deficiencias muy importantes. Lo primero es que no se entiende como un proyecto de esta envergadura, con el dinero que tiene detrás y con el arquitecto que lo ha proyectado, pasen estas cosas. La verdad es que es inexplicable. Ya había recibido críticias en cuanto a la acústica del edificio, que según algunos no era la más idonea, y ahora esto. Todo ello pone de manifiesto que a veces los diseños espectaculares y que se salen de la norma no son del todo prácticos. Muchos se plantean si es práctico gastarse tantos millones de euros en un proyecto espectacular que asombra al mundo entero, pero que después no se le da un uso práctico o dicho uso lo único que provoca es más gastos, molestias y un daño a la imagen del proyecto irreparable.

Pero dejando reflexiones sobre la practicidad de muchos proyectos arquitéctonicos espectaculares que cada día nos encontramos más, está la cuestión de ¿para qué vamos realmente a la ópera? Es decir, ¿vamos para ver una gran puesta en escena con escenarios y atrezzos espectaculares? ¿o vamos para escuchar una pieza de música clásica genialmente interpretada por los músicos y cantantes? Muchos dirán que un poco de todo, pero a mí personalmente me importa poco los escenarios, atrezzos y demás parafernalias. Veo que a veces se tiende a espectacularizar la ópera y se deja a un lado el verdadero fondo de la historia, estamos acostumbrados a ver representaciones de ópera en la TV que son lo más espectaculares posibles, y cuando acudimos al teatro acudimos con la idea de ver una igual. Qué sucede, que cuando nos encontramos con una puesta en escena modesta nos molestamos y pensamos que la representación no vale nada.

Es cierto que cuando sus compositores la compusieron (principalmente en la época barroca donde todo era ostentación) lo hicieron con la idea que fuera representada con los más fastuosos arreglos, pero ¿no es la historia lo realmente importante? Cuando una ópera está magistralmente representada por sus actores sobran los escenarios, iluminación y demás parafernalias, te sumerges en una vida interior que no es la tuya y que te atrapa hasta creer que todo lo que hay en el exterior no existe. Esa es la verdadera esencia de la ópera, profundizar en los sentimientos y olvidar todo lo demás, así que ¿para qué tanta pomposidad?

Me hubiera gustado estar esa noche en el Palau, habría disfrutado con un Don Giovanni diferente, porque el que yo contemplé en su día en el Teatro Villamarta no me agradó nada, sobre todo por su puesta en escena oscura, barroca y sin ningún gusto. Y eso es lo que tiene los accidentes, a veces cambien la perspectiva de las cosas e incluso hace que las valoremos más.

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